jueves, 24 de julio de 2008

En vela (I)

EL NOGAL

Desde los albores de mi nueva existencia, agazapada en las ramas del nogal que resulta ser mi vida, mis ojos vigilantes no dejan de observar, imperturbables, cómo todos los seres de la creación pasean su ser por calles empedradas en la oscura noche. Condenada por no cumplir mi designio divino, hoy por hoy, y hasta el fín de los tiempos, soy y seré una Lechuza.

Cada noche observo a la gente pasar bajo mi nogal hospitalario, testigo antes que yo de los errores y desventuras de los pobres infelices, que tarde o temprano acabarán sentenciados por una fuerza superior a terminar una vida, de la que ni siquiera eran conscientes, en el cuerpo extraño que supone un ser, siempre considerado inferior a la psique humana.
El nogal dice que con el tiempo olvidaré, que no tuve tan mala suerte, que a todos los que les toca ser árbol, se les condena a saber, a no olvidar y a callar lo que ven, a crecer y crecer y aceptar sin remedio lo que ocurra, bueno o malo y sin queja alguna. En realidad, piensa que fui afortunada porque sí, y antes de que se me olvide, antes de Lechuza fui mujer, ni mejor ni peor, simplemente eso, mujer; pero ahora mi vida no es tan distinta a la de entonces a la que aún recuerdo, aunque parece que cada vez menos.
Nogal y yo hemos hecho un trato, si la noche y la luna no me envanecen, si no me amparo en los brazos de Selene, él escuchará mi historia, dejará que picotee en mi rama un recordatorio de lo que sabe y cada vez que se lo pida, me lo contará de nuevo.
Él no se queja de su destino, también llama Alea a lo que es, dice que es afortunado, que mi presencia no es más que un premio. Me dice: "¿Ves ese edificio de ahí? Antes era una escuela. A mis pies había un banco, de listones de madera con patas de forja labrada delicadamente, gallardamente duró intacto a mis pies una semana. Aún recuerdo el día que lo trajeron; lo trajo, ya anciano, el niño que un día plantó la semilla de lo que hoy soy. Parecía feliz, le acompañaba alguien del ayuntamiento, una señora con cara de suficiencia a la que no miré bien, puesto que lo importante estaba en la cara de ese hombre, mi padre, podría decir.
Ese día venía vestido de traje, inusual en él, ya que yo lo conocía bien, venía a visitarme, al menos una vez en semana. Con semblante serio le decía a la señora:
- '¿Lo cuidará bien?.
- Claro, no se preocupe, el mantenimiento de la escuela también se hará cargo de él. ¿Está ústed seguro de que no quiere que un operario lo instale?
- No gracias, creo que aún soy capaz.
- Bien, como usted quiera- tras lo que la señora estirada, desapareció tras la esquina de la calle con el repiquetear de sus tacones.
Mi padre se dispuso a clavar bien en el suelo ese banco del que estaba tan orgulloso. Tardó más de una hora, no recuerdo bien cuánto tiempo, hace mucho y ya no distingo igual el pasar del tiempo. Cuando terminó, gotas de sudor perlaban su frente y en sus ojos asomaba una sonrisa satisfecha, a la par que orgullosa, que me recordaba al niño que en un principio venía a regarme a diario. Su boca, sin embargo, mantenía un rictus serio, de labios apretados, como si fuese consciente de que aquella tarea era muy importante.
Tras dudarlo mucho, se sentó en el banco, cansado, me miró y me dijo:
- Te echaré de menos. Pero no te preocupes, que no te olvidaré.
Si un árbol hubiese podido llorar, en ese momento lo hubiese hecho, porque aquellas palabras eran una despedida, sin saber por qué, mi padre me abandonaba.
Pasó otra hora sentado en ese banco, en silencio, mientras sus ojos antes infantiles, volvían a recobrar el semblante que sólo aportan los años. Y volvió a hablar.
- Querido Nogal, tu estás aquí hoy, porque el día que murió mi hermano mi padre me dijo que debíamos aportar algo nuevo a la naturaleza, ya que algo nuestro se había ido. Cada vez que venía a regarte, a hacerte compañía, no estaba bajo un árbol cualquiera, tú eres de la familia. Hoy tengo que decirte adios, mañana me llevan, aún no sé el nombre del lugar, pero parece un sitio agradable, me han dicho que allí también hay nogales. Mi memoria ya no es lo que era, y mis nietos no pueden ocuparse de mí sin preocuparse y a mi Marta se la ha llevado Dios consigo, vengo de enterrarla. Este banco te hará compañía, ahora también es de la familia.
Y con paso tembloroso, casi renqueante, se alejó como en todo buen final de película, caminando hacia la luz anaranjada del atardecer.
Una semana después, mi hermano el banco, comenzó a soportar las vejaciones de chiquillos y adolescentes exaltados, que trataban de robar los tempranos frutos de mis ramas, saltando sobre su espalda. Hubo incluso una pareja, que presa de amor, dejó su huella tanto en mí como en las tablas de madera del esqueleto de mi hermano. Día a día, tras las lluvias del invierno, con la mayor exaltación que trae la primavera a los ya de por sí turbulentos ánimos juveniles y con el abandono que trael el calor del verano en los colegios, mi hermano ya no era el que llegó con mi padre hacía casi un año. Al otoño siguiente, descascarillada su forja, podrida su madera (la que quedaba de ella), la señora rancia que vino con Padre el día que nació Hermano, trajo consigo a un señor bajito y nervioso, con un mono de peto azul cobalto, y se llevaron consigo los restos, de lo que yo pensaba, era la única familia que me quedaba.
Un día después, una gran tormenta azotó el pueblo, la gente no pudo de salir de sus casas durante tres días y las persianas permanecían bajadas. Los niños no fueron al colegio, ni un sólo televisor sintonizó la única cadena que había entonces. Ese día descubrí, que Padre, había vuelto.
Me contó cuál fue su error al traer con migo un banco, y me dijo:
- Las que acaban siendo objetos inertes, sin vida, pierden su posibilidad de comunicarse, aunque sienten, casi como un cosquilleo lejano, lo mismo que tu y yo vivimos, pero no les afecta el ánimo.
- Tu y yo hemos sido afortunados, hijo- prosiguió, y el corazón que todo árbol no tiene, pero que habita en el alma de los que hemos sido, dio un vuelgo impresionante, era la primera vez que me llamaba hijo.- Para volver a disfrutar de la vida, Dios nos otorga la posibilidad de estar cerca de lo que un día amamos, si nos toca ser una planta, un animal, agua o aire, cualquier elemento en movimiento y con un atisbo de vida, somos afortunados, no dejamos de sentir, nos podemos comunicar y, muchos, recordar. Cada uno posee la mayoría de estas particularidades, salvo una y dependiendo de lo que seamos esa será y probablemente sea algo, que ansiemos enormemente. En tu caso, muchacho, no te puedes mover. En el mío, no puedo quedarme quieto.
Con estas palabras Padre se fue, pero como antes de ser Nube, comenzó a visitarme, por lo menos una vez en semana, sin olvidar que de vez en cuando debía regarme.
En tu caso, querida Lechuza, sólo puedes atisbar el sol, porque un gran cansancio caerá sobre ti mientras brille alto, por eso, mi querida amiga, olvidarás, porque la luz es, a fin de cuentas, la puerta a todo conocimiento".
Después de esto me dijo - "Buenos días Lechuza, cobíjate en el hueco que hay al final de la rama, ya viene Aurora, esta noche me contarás tu historia". Y allí que fui, desconcertada, pues hacía sólo unas horas que había despertado sobre las ramas del Nogal.